Una grata convalecencia…

Cuando el recuerdo es tan hermoso y el sentimiento tan hondo y limpio, sobra la foto. Me basta con lo que ha quedado en mi memoria, ya imborrable. Aún se me conservan frescas las imágenes.

Una chica buscaba temblorosa la vena dónde pichar una aguja en mi mano izquierda. Me dan pánico las agujas. Pero alguna vez tiene que ser la primera y ella tenía que perder el miedo. ¡Tranquila! Y lo hizo bien, correctamente guiada por su compañera de más experiencia. Yo le resté importancia y fui amable. Me correspondieron con una sonrisa divertida.

Una joven doctora apresurada por la acumulación de pacientes me hace un hueco y con un tono lleno de comprensión me explica que tras las analíticas me harán una ecografía. Nos despedimos con una sonrisa animosa.

Entretanto el servicio de URGENCIAS del HOSPITAL MONTECELO de Pontevedra se iba llenando de gente, supuestamente enferma. En mi larga espera tuve tiempo suficiente para pensar. La generación de nuestros hij@s es la de lo quiero TODO YA. El lunes, descubrí el origen: Nosotros, sus padres. Los que ya hemos crecido pensando en que el dolor se cura con un analgésico y que tenemos tantos derechos que ya no sabemos dónde amontonarlos. Según algún comentario que escuche a una celadora, solo por la mañana, debimos ser atendidas más de cien personas. Por lo que yo mismo pude comprobar, creo que por la tarde, la cantidad se duplicó. Lamento tener que decir, que salvo unas cuantas personas adormiladas en sus camillas, con el pitido inconfundible de las U.C.I.S acompañándoles en su camino; no vi a nadie retorcerse de dolor, ni tener expasmos y/o escalofríos, ni mucho menos desangrarse. Así que llegué a la conclusión, que o bien en la mayoría de los casos sus dolencias no revestían gravedad o lo que es lo mismo, no había URGENCIA. Resumiendo, que estaba rodeado de una comunidad de yonkis empastillados a base de parectamol e iboprufeno. El resultado es un servicio de urgencias colapsado con un puñado de magníficos profesionales saturados y muy poco valorados.

No me importa si alguien se da por aludido. Es más, también pensé que qué cojones hacía yo ahí por un pequeño dolor de barriga y la fiebre del pasado fin de semana. Pero a mí, me había enviado mi doctora de cabecera ante una seria sospecha de peritonitis. Si ni siquiera hubiera aparecido la fiebre, yo seguiría pasando el dolor con iboprufeno pero en casa, como hago siempre.

Pasé largas horas, sin poder beber y sin comer, con al menos la complicidad de alguno de los celadores que sonreía a mis chascarrillos sobre cuándo nos traerían el ibérico y los vinos. Por normas, mi familia no pudo estar conmigo hasta el último momento, mientras, muchas otras no pedían permiso y se las saltaban y hasta ponían malas caras cuando una enfermera despistada, les recordaba que ahí no podían estar. Deduje pues, que esta es la sociedad que hemos creado, donde no hemos entendido que mis derechos terminan donde comienzan los del otro, y que también debo de dar la cara a las obligaciones que me correspondan. Una sociedad egoísta y frívola, que en una actitud de postureo, aplaudía a los sanitarios hace tan solo un año y medio. Lo dejo ahí.

Va a parecer que este es un post de protesta y es todo lo contrario, ES UN POST DE SUPERAGRADECIMIENTO…

Un joven doctor, en el turno de la tarde, me explicó que tras la ecografía, que iba a hablar conmigo el cirujano de guardia. Me quedé sorprendido por su juventud, pero mucho más por su empatía. Me explicó que no estaba muy claro que fuera la apendicitis la causa de mi infección, pero que tenía toda la pinta. Que lo iba a consultar con su compañera de turno y que lo más seguro era que me prepararían para operarme. De hecho me hizo in situ el cuestionario para la anestesia. Minutos después apareció con ella, y en una exploración manual se decantó por algún problema en el tubo que va por la ingle a la uretra. En todo momento, el trato fue de tranquilidad, amabilidad y de una especial sensibilidad. La decisión final fue ingresarme en observación, para que a la mañana siguiente con nuevas analíticas y la visita del urólogo se tomará una decisión final.

Y así llegué a la planta primera, al HOSPITAL DE DÍA. Ya con mi familia. Me pusieron suero y me dejaron todo listo a fin de poder descansar. A medianoche fui al baño y allí me tuve que sentar muy mareado y con nauseas muy fuertes. Recuperé tras hacer mi deposición. Informé a la enfermera y aquello fue como un torbellino. Me había manchado el camisón. Limpiaron, nuevo suero a mayores y tranquilizante. En vez de una palabra de reproche un «no te preocupes, para eso estamos» y cuando sin querer te despertaban para tomarte la temperatura un «perdón» en sus labios.

Desperté por la mañana. Debido a los gases que circulaban por mi bajo vientre, manchado como un bebé. Al baño y diarrea. Las enfermeras del turno de la mañana fueron todo servicio y disposición, siempre con una bonita sonrisa. Me limpiaron, me enviaron a la ducha, hasta me dieron un yogur, y bueno también experimentaron un poco la precisión de aguja, pinchándome en las manos y en el brazo. Hombre, si estás malito, algo tendrás que sufrir también, digo yo. La doctora y el urólogo, uno de los dos que llevaron mi operación y tratamiento hace ya trece años; me encontraron leyendo y animoso. Las nuevas analíticas habían dado ya muy bien. Un virus se me había colado a mí sin más entre mi aparato intestinal y los conductos urinarios, a falta de continuar con más pruebas. Solo la diarrea me detenía allí.

Así que esta última se fue por la tarde tal como vino, sin anunciar. La doctora de turno me anunció el alta. Y las enfermeras del mismo, se disponían a quitarme las vías y dejarme marchar como un paciente más… pero no sabían lo que les esperaba… De hecho, ya nunca podré olvidar la cara de sorpresa y emoción al sentirse valoradas desde el cariño y la más profunda admiración a su trabajo, y en silencio, esperando al último momento para con tan ínfimo detalle demostrar el mayor posible de los reconocimientos.

A las enfermeras de Urgencias, a la doctora de la mañana, al doctor de la tarde, a los cirujanos, a los celadores que me soportaron, Y EN ESPECIAL A TODAS LAS CHICAS DEL HOSPITAL DE DÍA DE LA PRIMERA PLANTA DE MONTECELO, YO LES DEVOLVÍ UN POQUITO DE LA SONRISA QUE ME DIERON, solo que la mía, es para leer y es ETERNA. GRACIAS DE TODO CORAZÓN, SIEMPRE OS LLEVARÉ EN ÉL, POR ESO NO NECESITO NINGUNA FOTO.